miércoles, 1 de mayo de 2013

Momento Minsk

El pánico es un temor muy intenso y contagioso. La palabra proviene de la mitología griega, donde Pan era el dios de los pastores y rebaños. Pánico es lo que sufrían las manadas y rebaños ante el tronar y la caída de rayos. Pan era también el dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina desenfrenada, y se dedicaba a perseguir, incansablemente, a las ninfas por los bosques.
En ocasiones, la economía puede verse envuelta en una situación de pánico. El proceso se inicia cuando los precios de algún activo (inmuebles o acciones) bajan súbitamente. Este descenso de los precios produce varias consecuencias. En primer lugar, reduce el valor de las garantías frente a los bancos, que exigen la ampliación de esas garantías y al mismo tiempo rechazan otorgar nuevos créditos. Por su parte, los deudores, prefieren devolver los activos devaluados (por ejemplo, las casas) a los bancos antes que pagar créditos hipotecarios superiores al valor de esos bienes.
El aumento de la oferta de los activos que sirven de garantía conduce a una liquidación aún mayor. El proceso acumulativo termina por dañar la liquidez de los bancos y esto crea dudas sobre su solvencia. La retirada preventiva de los depósitos por el pánico de los clientes puede arrastrar a algunos bancos a la quiebra.
El "momento Minsky" hace referencia a ese momento en que los inversores sobreendeudados se ven obligados a vender sus activos para poder pagar sus préstamos. Esto provoca pérdidas y se inicia una espiral bajista en todos los mercados acompañada de una demanda de liquidez que obliga a los bancos centrales a prestar dinero a los bancos comerciales. Exactamente, lo que estamos viviendo en estos momentos.
Hyman Minsky fue un economista norteamericano, nacido en Chicago, que teorizó acerca de estos fenómenos. Prácticamente desconocido para el gran público, sus teorías acerca de la inestabilidad inherente de los mercados financieros, han alcanzado ahora enorme actualidad. Una fama tardía, que le llega después de su fallecimiento, acaecido en el año 1996.
Según Minsky, los mercados financieros son incapaces de autorregularse y tienden siempre hacia el desequilibrio, sobretodo luego de fases de expansión que son los que incentivan los excesos. Es por ello que no es muy difícil escapar a las crisis financieras periódicas, y cuanto mayor es el período de crecimiento que las precede, más daños provocan. Para Minsky la economía capitalista es cíclica por naturaleza. “El sistema financiero oscila entre la robustez y la fragilidad, y esa oscilación es parte integrante del proceso que genera los ciclos económicos”.
Minsky advirtió que la mayor sofisticación de los instrumentos financieros y su dispersión por el mundo, como consecuencias de la globalización, suponían un grave riesgo para la estabilidad del sistema financiero. Ante la dificultad de regular un mercado tan complejo, propuso la reducción del tamaño de los intermediarios financieros, la regulación bancaria y la orientación del gasto público hacia la inversión.
Los economistas ortodoxos, que confían fervientemente en la eficiencia de los mercados, consideraban a Minsky una suerte de keynesiano radical por el énfasis que ponía en la tendencia de los mercados hacia los excesos. Era mal visto por los operadores de Wall Street y sus predicciones, confirmadas ahora por la cruda realidad, fueron siempre despreciadas.
En el fondo, la economía no hace más que reflejar las tendencias instintivas de los seres humanos. Adam Smith, en su Teoría de los sentimientos humanos, señalaba que las desgracias de gran parte de la humanidad derivaban de no saber darse cuenta de los límites, “de cuál era el momento de quedarse quietos y darse por satisfechos”. Aparentemente, el dios Pan, el de la desmesura y los excesos, anida en el fondo de todas las almas humanas.

Populismo y hegemonía

Ha pasado por Madrid el politólogo argentino, profesor en la Universidad de Essex (Reino Unido), Ernesto Laclau. La conferencia que ofreció en la Casa de América, presentada elegantemente por el secretario de Cultura de la embajada argentina, Jorge Alemán, llevaba por título “Populismo y hegemonía”. Un guiño al espíritu gramsciano del profesor Laclau quien, con gran calidad didáctica, repasó, frente a un auditorio entregado, las tesis que dan sustento a su conocido ensayo “La razón populista”. Las opiniones de Laclau, por lo que luego se dirá, tienen una rabiosa actualidad en la rugosa realidad política de América Latina.
Para Laclau, la expresión populismo no debiera utilizarse en un sentido peyorativo como resulta bastante habitual. Consiste en una serie de recursos discursivos que pueden ser utilizados de modos muy diferentes. De allí que opine que es una forma de construcción de la política ideológicamente neutra. Por tanto no es posible aplicar a un fenómeno tan complejo las tradicionales etiquetas de “bueno” o “malo”.
Laclau tiene razón cuando defiende al populismo del ataque tradicional de los conservadores, que lo cuestionan justamente por el rasgo transgresor que tiene: ser vector de sectores que hasta entonces estaban política y socialmente excluidos. De este modo el populismo apela a los de abajo frente al poder de los de arriba y, para poder articular una serie de reivindicaciones particulares dispersas, necesita conformar una unidad simbólica. Esto lo consigue gracias al rol que juega el líder carismático, que sintetiza esas demandas en su persona. De allí también que, para conseguir cierta eficacia en la lucha por el poder, acuda generosamente a la retórica como modo de sortear la dificultad que para la unidad del pueblo supondría una mayor precisión de contenidos ideológicos.
Sostiene Laclau que en Europa, la articulación entre liberalismo y democracia demandó mucho tiempo. En un principio, para los primeros liberales, la democracia equivalía al “gobierno de la turba”. La democracia entonces era denigrada como lo es actualmente el populismo. Recién con la incorporación del voto popular y la aparición de los grandes partidos socialdemócratas, se pudo saldar la diferencia y lograr una articulación institucional eficaz.
En América Latina, la unidad entre democracia y liberalismo –en opinión de Laclau- se ha conseguido muy recientemente. De allí que considere que los actuales movimientos populistas e indigenistas de Venezuela, Bolivia y Ecuador, representen la nueva alternativa democrática. Según su discutible opinión, el populismo nunca ha sido en América Latina, enemigo de la democracia, al menos del modo que lo ha sido el neoliberalismo.
En nuestra opinión, el aporte intelectual de Laclau para la comprensión del fenómeno populista es invalorable. Pero creemos que inconscientemente, desde la comprensión, se produce un deslizamiento sutil hacia la justificación. Así se pasa de un plano explicativo a un plano normativo, sin hacer estaciones. El sesgo favorable al populismo que se desprende en el análisis de Laclau, obedece a que en su ensayo ha puesto el énfasis en la eficacia del populismo para llevar a cabo la político agonal, es decir la que lleva al poder. Y en esto no se le puede negar sus aciertos.
Pero donde el análisis de Laclau se queda corto es en el estudio del populismo en el poder. Si hubiera abarcado en su análisis las causas de los reiterados fracasos del populismo en las políticas arquitectónicas, es decir en la gestión política desde el poder, tal vez su visión hubiera resultado más equilibrada. Porque el problema del populismo, al menos en su conocida versión latinoamericana, es el fracaso incontrastable que ha sufrido estando ya instalado en el Gobierno.
No es difícil percibir cuales son los motivos de esos fracasos. Todos aquellos elementos que le permitieron la construcción política acelerada de un frente popular (una “cadena de equivalencias” en el lenguaje lacaniano de Laclau) se convierten luego en pesadas servidumbres a la hora de ejercer el poder. En primer lugar, la imprecisión ideológica, muy útil para conquistar el poder, se revela elevadamente ineficaz a la hora de gestionarlo. Una clara muestra de esa ineficacia, la tenemos actualmente en el panorama argentino, donde brilla por su ausencia un plan de gobierno que establezca prioridades y objetivos. El resultado es una política errática, espasmódica, que se basa en ocurrencias que tienen lugar en las desveladas conversaciones de un lecho matrimonial.
Otra de las pesadas servidumbres del populismo es la adhesión mística a la figura de un líder carismático. El exceso de personalismo lo aboca a un fracaso seguro por la incapacidad de corregir los inevitables errores que se cometen en la acción de gobierno. De esta patológica relación los argentinos han recibido acabadas muestras durante las sucesivas presidencias de Perón. La última, signada por el más estruendoso fracaso, al designar leales herederos de su movimiento a la inefable pareja de Isabel y López Rega.
Finalmente, la retórica populista, que usa y abusa del método de creación de enemigos absolutos para galvanizar a las masas alrededor de identidades antagónicas –como la de “pueblo y oligarquía”-, no constituye una herramienta eficaz a la hora de gobernar. De ese modo se termina por incorporar a la lista de enemigos a cualquiera que expresa una opinión diferente y así se van sumando enemigos sucesivos que terminan por aglutinarse en un gran frente social de oposición. Hoy no podemos negar que la “revolución libertadora” de 1955 en Argentina fue en gran parte estimulada por las reacciones desproporcionadas del “cinco por uno”, de la quema de iglesias, o las invocaciones al poder purificador del alambre de fardo.
Por consiguiente, podemos afirmar que el populismo está inexorablemente condenado al fracaso como método de gestión del gobierno si no sabe desprenderse de la escalera que lo elevó al poder. La única posibilidad de sobrevivir a su propio éxito, consistiría en la renuncia a los elementos más cuestionables que le sirvieron para ascender: el exceso de personalismo, la retórica del antagonismo radical, o la indefinición ideológica.
La muestra de lo que decimos la tienen hoy los lectores comparando los diferentes caminos tomados por dos recientes y exitosos movimientos populistas latinoamericanos: el movimiento del Partido de los Trabajadores de Lula, frente a la revolución bolivariana de Chávez. Mientras Lula ha sabido renunciar a la retórica del antagonismo, ha buscado el mayor consenso para desarrollar su programa político y económico y ha renunciado a perpetuarse en su liderazgo, Chávez ha emprendido el camino inverso.
Por tanto, el problema del populismo encarnado en el Gobierno es que al mantener los recursos que le sirvieron para ascender, termina siendo desplazado del poder por una creciente oposición. La alternativa que le queda es defenderse mediante el abandono de las formas democráticas para enrocarse en una dictadura burocrática, al estilo de Fidel Castro. Pero ese es el certificado de su fracaso definitivo. De allí que los que todavía, por idealismo, defienden a la “revolución bolivariana” debieran ser conscientes que al propiciar la reelección de Chávez están dando una inestimable ayuda a los que aspiran a que esos objetivos se deslicen por el sumidero de la historia. La demanda de calidad institucional frente al desborde populista no es para nada caprichosa o fruto de un mero prurito liberal.

Burbujas financieras

Una de las mayores ilusiones en la sociedad capitalista es la extendida convicción de que inteligencia y riqueza marchan de la mano. La realidad no confirma esta presunción, y en la mayoría de los casos, la riqueza es consecuencia de factores aleatorios. Los mismos que hacen que en los mandos del Estado no se sienten los mejores, sino los que han sido premiados por “la fortuna”, un factor imponderable que Maquiavelo incorporó a la teoría política.
En el mundo financiero es donde la creencia de que la inteligencia genera riquezas está sólidamente afincada. Los que se consideran más listos o informados inician un movimiento comprador de determinadas acciones en la Bolsa. De esta manera se produce un movimiento que confirma las expectativas creadas. La euforia dura hasta que alguien advierte que hay una sobrevaloración de esos activos y comienzan a vender. La tendencia se autorrefuerza y llega un momento que todos intentan escapar, lo que resulta imposible porque no hay compradores, sólo hay vendedores. La burbuja se pincha y el precio de las acciones se derrumba.
Estos ciclos de auge y caída se producen periódicamente. Esto es debido que según Galbraith, la memoria del público sobre los peligros de las burbujas financieras no alcanza más allá de un par de décadas. Por consiguiente, los ciclos se repiten. Los que participan en este juego y pierden se revuelven contra los “especuladores”. Son los profesionales que salen bien parados de la crisis porque debido a su experiencia han tenido la capacidad e intuición para adelantarse a los acontecimientos. Pero en ocasiones, cuando son fondos de gran tamaño, más que prever los acontecimientos, los provocan.
La historia registra casos divertidos del encantamiento que produce en las personas la creencia de que tienen a su alcance la posibilidad de enriquecerse. Alrededor del año 1593 el embajador austríaco en Holanda, llevó a este país una serie de bulbos provenientes de Turquía. Eran los famosos tulipanes, que hicieron furor entre los holandeses por la vistosidad que daban estas flores a los jardines. El precio de los bulbos comenzó a subir y cuanto más subían más convencidos estaban los inversores de que aquella era una buena inversión.
Un bulbo de tulipán llegó a cambiarse por un carruaje con dos caballos. Hicieron su aparición, ya entonces, las “opciones de compra” de bulbos, que permitían adquirirlos por un precio pactado en el futuro, entregando sólo un porcentaje del precio vigente en el mercado al momento de firmar la opción. En enero del año 1637 los precios de habían multiplicado por veinte. Fue entonces cuando alguien debió considerar que estaban demasiado elevados y comenzó a vender. Se produjo entonces el famoso efecto “manada” y los precios se desplomaron. La crisis que se desató a continuación afectó la economía productiva y Holanda se vio envuelta en una grave depresión económica que duró varios años.
Otros fenómenos similares tuvieron lugar en el mundo a lo largo del lento despliegue del capitalismo. En 1711 se creó en Inglaterra la Compañía de los Mares del Sur, con la idea de equipar barcos con esclavos africanos para venderlos en Sudamérica. El negocio, que había atraído a miles de inversores, fracasó estrepitosamente por la elevada tasa de mortalidad de los embarcados.
En Francia, en el año 1716, se creó la Compañía del Mississipi, que emitió valores que serían cancelados con la explotación de los yacimientos de oro que se suponía existían en la Luisiana francesa. Para ganar la confianza de los ahorristas se reclutó a un batallón de mendigos de París a los que se hizo desfilar por sus calles con picos y palas. Cuando alguien descubrió que los mendigos seguían deambulando por las calles en vez de estar navegando rumbo a América, se corrió la voz y las acciones de la compañía se hundieron estrepitosamente.
En 1815 un empresario de Boston importó media docena de merinos procedentes de Andalucía. Pronto circuló la idea de que los norteamericanos podían desplazar a los británicos en el comercio de lanas, y una flota de barcos privados atravesó el Atlántico para comprar merinos en Andalucía. Las ovejas que valían un dólar en España, pronto alcanzaron el precio de 1.200 dólares en Estados Unidos. Pero como en otras ocasiones, finalmente el mercado se derrumbó y las ovejas terminaron vendiéndose a 20 austeros dólares.
Un viejo aforismo de los especuladores en bolsa aconseja “ser cauto cuando los demás se muestres codiciosos y ser codicioso cuando los demás sean cautos”. Lo acaba de citar el multimillonario Warren Buffet en un artículo en el The New York Times donde anuncia su propósito de entrar a comprar en la deprimida Bolsa norteamericana. Lo que Buffet no dice es que él es el primer interesado en que los inversores vuelvan a depositar sus esperanzas en la renta variable: su cartera de valores acumula importantes pérdidas en lo que va del año. Una muestra más de los riesgos que asumen los que se internan en la intrincada selva financiera.
. La superburbuja
En general, se atribuye la actual crisis financiera internacional, al estallido de una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos. Unos préstamos hipotecarios concedidos de modo irresponsable habrían contaminado los productos financieros derivados de esos préstamos. Como esos productos tóxicos se revendieron a entidades bancarias del extranjero, dieron lugar a una pérdida de confianza generalizada que derivó en un estrangulamiento del crédito interbancario. La pérdida de confianza se trasladó a los mercados de valores y las bolsas se derrumbaron. Esta es la síntesis, pero esa explicación oculta otro fenómeno: la existencia de una superburbuja financiera creada lentamente en los últimos veinticinco años.
La explicación sobre la formación y las consecuencias que puede deparar el estallido de esta segunda burbuja, lo pueden encontrar los interesados en el libro que acaba de publicar George Soros bajo el título de El nuevo paradigma de los mercados financieros (Editorial Taurus). Según Soros, superpuesta a la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos hay una superburbuja más compleja provocada por unos métodos cada vez más sofisticados de creación de crédito y de apalancamiento, combinado con la convicción de que los mercados se corrigen a sí mismos. Tardó más de 25 años en formarse y ahora se habría pinchado.
La superburbuja sería la consecuencia de la combinación de tres tendencias de la nueva economía capitalista. Primero, la tendencia de largo plazo hacia la expansión crediticia siempre creciente. La sofisticación de los productos financieros ha llegado a tal extremo que ya no es posible saber cuál es la contrapartida real de los compromisos asumidos. Como señala el multimillonario Warren Buffet, los productos “derivados” se han convertido en auténticas “armas de destrucción masiva”.
Combinada con esa tendencia, la ausencia de coordinación entre las autoridades monetarias y de supervisión asentadas en sede nacional, lo que ha provocado una falta de control sobre los mercados financieros globalizados. El ritmo acelerado de las innovaciones financieras y la eliminación progresiva de las regulaciones financieras se han convertido en una mezcla explosiva cuya verdadera magnitud nadie conoce.
Finalmente, la tercera tendencia reposa en la estructura asimétrica de la globalización, que favorece a la economía de Estados Unidos que está en el centro del sistema y penaliza a las economías menos desarrolladas de la periferia. A pesar de un déficit comercial nunca visto (836.000 millones de dólares en 2006) y de un déficit presupuestario creciente (4 % del PBI) que ha elevado la deuda pública de EE UU a los 8,5 billones de dólares, el dólar sigue siendo fuerte por su condición de moneda refugio. Estados Unidos sigue brindando seguridad y atrayendo el ahorro del mundo al punto que su deuda total (pública y privada)asciende ya a 48 billones de dólares (más de tres veces el PBI norteamericano).
Las consecuencias últimas que tendría el estallido de esta superburbuja todavía no pueden ser evaluados. Pero si pensamos que cada quiebra de una entidad financiera norteamericana se traduce en la volatilización de activos para los bancos, fondos soberanos u otros inversores internacionales que han llevado sus ahorros a Estados Unidos, es fácil adivinar el escalofrío que recorre a las autoridades chinas que poseen un billón de bonos del Tesoro norteamericano.
Por el momento, existen coincidencias en que la crisis financiera provocará una segunda oleada negativa en el sector de la economía productiva. Tanto Joaquín Almunia, comisario europeo para Asuntos Económicos, como Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal norteamericana, han anunciado que estamos en las puertas de una recesión mundial y que habrá menos crecimiento y menos empleo. Lo que ya resulta inimaginable sería la eventual implosión provocada por una caída súbita y repentina de la confianza en el dólar. Algo improbable, pero no imposible.

El totalitarismo invertido


Sheldon Wolin es considerado uno de los intelectuales más prestigioso de los Estados Unidos. Profesor emérito en la Universidad de Princeton, su obra no es muy abundante. En 1960 salió a la luz su clásico Política y perspectiva y desde entonces ha escrito numerosos artículos sobre temas propios del debate politológico. Pero ahora, a sus 86 años, acaba de publicar un ensayo impresionante –Democracia SA (Editorial Katz)- una crítica descarnada de la democracia norteamericana.
La tesis central del nuevo libro de Wolin es que el sistema político actual de los Estados Unidos se está deslizando imperceptiblemente hacia una forma novedosa de totalitarismo, que denomina “invertido”. A diferencia de los totalitarismos “clásicos”, representados por la Alemania nazi, la Italia fascista o la Rusia estalinista, el totalitarismo invertido representa un rumbo que se aleja del imperio de la ley, del igualitarismo y del debate público, para acercarse lo que también denomina “democracia dirigida”.
Como bien aclara Wolin, su tesis no es que el sistema norteamericano sea una réplica de la Alemania nazi. Sólo se introduce la referencia a la Alemania de Hitler para recordar cuáles fueron los parámetros de un sistema de poder que invadió otros países, justificó las “guerras preventivas”, reprimió toda oposición en el ámbito local y estaba abiertamente decidido a dominar el mundo. Esos parámetros sirven para poner en evidencia las tendencias totalizadoras que se oponen a los principios de lo que debe ser una democracia constitucional. Justamente, hay inversión porque el sistema produce un número significativo de acciones que suelen asociarse con su antítesis.
Los regímenes totalitarios clásicos fueron básicamente la creación de líderes carismáticos que movilizaron de forma oportunista a las multitudes. El “totalitarismo invertido” no tiene un Main Kampf como fuente de inspiración. Es un conjunto de prácticas emprendidas sin conocer sus consecuencias a largo plazo. Un sistema que llega al éxito alentado por la falta de compromiso más que la movilización, que se apoya en los medios de comunicación privados más que en las agencia oficiales, y reposa en el creciente poder de las corporaciones económicas y de los lobbies que cooptan las instituciones legislativas.
Tras el 11 de septiembre el ciudadano norteamericano fue impulsado al reino de la mitología, con el argumento de que fuerzas ocultas se empeñaban en destruir el mundo libre. El mito no hace inteligible el mundo, sólo lo hace dramático. En el curso del relato mítico, los héroes alcanzan ciertos privilegios que le permiten emprender acciones sangrientas y destructivas –como lo prueban las víctimas civiles en Irak- que les están negadas moralmente a los demás.
Lo mítico se nutre también de otras fuentes, como es el mundo imaginario creado y recreado continuamente por los medios. La guerra es un juego de acción que se juega en el living viendo la televisión, pero no se experimenta verdaderamente. Cuando los que toman decisiones se convencen a sí mismos de que las fuerzas de la oscuridad poseen armas de destrucción masiva o de que su propia nación está privilegiada por un Dios particular, se produce una desconexión entre los actores responsables y la realidad.
Según Wolin hay cada vez más ciudadanos norteamericanos que “ya no reconocen su país”. Se quejan de la guerra de anticipación, del espionaje interno, del uso generalizado de la tortura, y de una costosa expansión militar con setecientas bases en el extranjero. Como dando razón a sus palabras, las primeras decisiones del flamante presidente Obama han ido dirigidas a terminar con esas prácticas incompatibles con un Estado democrático. Como señala Wolin, hay que recuperar la democracia para que no parezca que ha sido suprimida.